Durante la visita a Granada, una de las leyes o pragmáticas que se publican en la ciudad de la Alhambra fue el edicto contra los moriscos granadinos.
Fue la consecuencia inmediata a la bula “Id circo nostris” promulgada por el papa Clemente que retiraba el privilegio a los mudéjares aragoneses de no ser forzados a convertirse y los obligaba a bautizarse.

Carlos V quedaba libre de su juramento de conservar el mudejarismo tal como le obligaban los Fueros de la Corona de Aragón (1524).

A lo largo de los dos años, hubo revueltas contrarias a este edicto protagonizadas por un grupo de musulmanes encabezados por Selim Al-Mansur en la Sierra del Espadán y la ciudad valenciana de Benaguacil que al final fueron duramente sofocadas por las tropas imperiales y milicias locales.
Finalmente, sus cabecillas acabarían por ser ejecutados en Segorbe (Castellón).
Al convertirse al catolicismo estos últimos musulmanes aragoneses, pasaron a ser como los granadinos en 1500-1501, moriscos o ‘cristianos nuevos de moro’.

GRANADA Y LOS MORISCOS EN 1526
Los moriscos del Reino de Granada en 1526 eran los descendientes de los musulmanes nazaríes bautizados en las campañas de los arzobispos Hernando de Talavera y Cisneros.
Aunque Talavera procuró catequizar a la antigua comunidad mudéjar granadina desde la comprensión mutua y usando incluso el árabe en el misal católico, tal como recuerda Nuñez Muley en su “Memorial”, sin embargo, Cisneros usó la fuerza y la coacción lo que motivó que los musulmanes se sublevasen contra los Reyes Católicos.
La paz y el perdón impuestas a los muslimes granadinos fue implacable: O bautizarse o en caso contrario, exiliarse. La mayoría de los musulmanes aceptó.
Pero estos bautismos fueron en algunos casos en masa y a la fuerza, sin apenas recibir catequización y tener un tiempo de preparación y además, en la mayor parte, como cree el profesor Ladero Quesada motivada por intereses fiscales y sociales y sobretodo, por poder conservar sus bienes y quedarse en España.
También, hasta el reinado de Carlos V, en las localidades con presencia de repobladores cristianos-viejos, y especialmente por parte de los clérigos y beneficiados, los moriscos fueron víctimas de abusos, pérdidas de propiedades y multas injustas.
Numerosas fueron las quejas a la reina Juana I de Castilla.

ECONOMÍA Y SOCIEDAD
A nivel social, los moriscos del Reino de Granada eran una mayoría social frente a la población castellano-vieja, un 60% como cree el historiador Domínguez Ortiz.
A nivel económico, se dedicaban sobretodo al cultivo, fabricación, distribución y comercialización de la seda granadina, conocida internacionalmente por su gran calidad y colorido, que compitió durante siglos con las sedas sicilianas e italianas.
Los moriscos eran excelentes agricultores, ganaderos y menestrales especializándose en el cultivo del árbol del moral y la cría del gusano de seda así como de otros más minoritarios como los frutales, el algodón, la caña de azúcar y la cría de ganado ovicaprino.
En las ciudades como Granada, había una burguesía morisca enriquecida cuyos miembros eran dueños de fábricas sederas, talleres de hilado , comercios, negocios de joyería y platería, artesanos del cuero, el metal o de la madera e incluso reputados ‘albeytares’ (veterinarios) y galenos, herederos de la prestigiosa medicina árabe.
Finalmente, había una poderosa minoría morisca noble, descendiente de los nazaríes colaboracionistas de los Reyes Católicos, como las familias de los Granada-Venegas, los Fez-Muley, los Abenaxara de Guadix, los Valoríes o los Habaquíes.
Ellos eran los portavoces de la minoría morisca ante las instituciones y ocupaban cargos destacados en poblaciones grandes y pequeñas como escribanías que se combinaban con el oficio de traductor y los cargos de alguaciles o alcaldes.
A pesar de estos abusos e imposiciones de fe, en las zonas rurales, montañosas y aisladas del Reino de Granada, y especialmente en los Montes de Málaga y Las Alpujarras, los moriscos externamente continuaron practicando el culto cristian.
Pero por dentro continuaban siendo ‘finos moros’ en el lenguaje de la época, es decir, eran musulmanes clandestinos, ya que su religión les permitía practicar el fingimiento o la ocultación de su fe islámica (“taqiyya” en árabe), e incluso la apostasía, en caso de amenaza extrema o peligro de muerte, siempre que el musulmán guardara en su corazón los preceptos del Corán.
E incluso había un grupo de moriscos más afortunados que burlando las férreas defensas costeras y las flotas cristianas ‘pasaban allende’, esto es al Magreb, para exiliarse y practicar su Islam en libertad acabando radicando en ciudades como Tremecén, Argel y Fez.
Los moriscos especialmente los de ámbito rural y de montaña, componían casi el 100% de estas poblaciones y apenas estaban integrados en la sociedad castellana del Reino de Granada.
Este aislamiento favoreció su carácter de minoría marginal, preservando lengua, costumbres e incluso su religión, una marginación que se convirtió en una seña de identidad propia de la que se sentían particularmente orgullosos.
Conocidas y apreciadas entre las clases altas castellanas era la música, danzas y el folklore morisco y era común ver músicos moriscos en los entretenimientos de esta aristocracia.
Las crónicas de la época nos cuentan cómo bailaban y cantaban zambras y leilas a ritmo de percusión, instrumentos de cuerda y palmas, con cánticos en árabe culto y dialectal que incluían alabanzas a Alá y Mahoma, aprovechando el desconocimiento del árabe de la población cristiano-vieja.
Sin embargo, también hubo zambras moriscas ‘a lo cristiano’, que fueron propiciadas por Hernando de Talavera como vehículo integrador en la fe católica, que se tocaban en las procesiones como la del Corpus Christi y que sustituía en las misas al coro y al órgano.
Además, hablaban abiertamente el árabe, se bañaban al estilo musulmán, vestían ropajes (las mujeres sobretodo) de origen nazarí, en las bodas y nacimientos las mujeres se maquillaban con henna (alheñarse).
Los más osados, además de practicar el Islam en secreto, tenían libros en árabe incluyendo el Corán, escribían en un romance arabizado, especialmente en castellano, escrito todo él con el alifato árabe. Es lo que se llamará la literatura aljamiada.
Secretamente, practicaban a los neonatos la circuncisión (“retajar” en lenguaje del siglo XVI), quitaban la crisma del bautismo con un trozo de pan y ponían nombres moros a los niños. El morisco llevaba una sospechosa doble vida: en casa podría llamarse “Halí” y fuera de ella, ante los cristianos viejos, “Hernando”.
Incluso había una cultura popular que creía en presagios, magia, hechicería y predicciones (jofores) heredada de la antigua nazarí. En algunas de esas predicciones se hablaba de una reconquista islámica de Granada y de la llegada del Gran Turco o de un misterioso Caballero Verde descendiente de los reyes andalusíes.
La gente llevaba también talismanes y amuletos de origen musulmán que en esta época del siglo XVI eran tallados por orfebres y plateros.
Se podía ver incluso en collares y pulseras el ojo turco, letras árabes, la media luna o la Mano de Fátima. Como testimonio casi vivo de su gran popularidad nos queda la documentación de la época: La Junta de la Capilla Real de Granada prohibió en la Pragmática de 1526 el uso de estos objetos, que aún seguían usándose hacia 1554 y que fueron prohibidos definitivamente en el sínodo de Guadix.
En la ordenanza de 1554 se decía:
“Ordenamos que los nuevamente convertidos, ni sus hijos ni hijas ni alguno dellos no traigan al cuello ni de otra manera vnas patenas que suelen traer, que tiene en medio vna mano con ciertas letras moriscas. Y defendemos que los plateros no las labren, ni hagan otras obras algunas en que estén esculpidas ni señaladas lunas ni otras letras e insignias moriscas quales los moros solían traer”.
LA PRAGMÁTICA DE CARLOS V de 1526
A pesar de los intentos de catequización y de asimilación cultural, la comunidad cristiano-vieja castellana miraba con recelo a estos moriscos no sólo por su no integración o su simpatías públicas hacia los Otomanos o Berberiscos (que conocemos bien por los procesos judiciales e inquisitoriales de la época) sino porque los que quedaban en España guiaban a los piratas berberiscos y otomanos a las localidades costeras del interior para que saqueasen estas poblaciones e hicieran cautivos cristianos para vender en Berbería y Levante como esclavos (como ocurrió en Gibraltar o más tarde en Mahón en 1535).
Los que marchaban, eran tripulantes de los navíos musulmanes que llegaban a las costas y por la amenaza que suponían al conocerlas por ser naturales del país.
También los moriscos eran vistos como la quinta columna del Gran Turco, por su no integración y su alto grado de arabización. Surge así el llamado ‘problema morisco’ que duraría hasta el reinado de Felipe III.

Cuando Carlos V visitó en 1526 Granada recibió a delegaciones moriscas y cristiano-viejas. Los moriscos se quejaron de los abusos y multas a los que eran sometidos, como quitar el velo a las mujeres, expolios de terrenos y propiedades, y las injustas y elevadas multas por ejemplo cuando no iban a misa.
Carlos V ordenó a Gaspar de Ávalos y Fray Antonio de Guevara llevar a cabo una investigación para conocer la veracidad de estos abusos así como para trazar las líneas de una nueva fase de catequización e implantar la Inquisición, lo que se hizo efectivo también este año de 1526 en el Reino de Granada, aunque al principio su actividad fue poco virulenta y más compresiva hacia los moriscos.
La Junta de la Capilla de la Catedral de Granada, reunida en consejo, nombró como asesor al doctor Galindez para que hiciera un desglose de qué aspectos de la cultura morisca eran sospechosos de islamizar, para su erradicación.
Sin embargo los moriscos consiguieron, mediante el pago de 90.000 ducados que el Emperador echara atrás algunas de las medidas prohibitivas que se incluyeron en esa pragmática como el poder conservar el árabe, vestidos y algunas costumbres así como de ser eximidos de la confiscación de bienes y de ser investigados por la Inquisición.
Esta ‘moratoria’ tendría lugar durante 40 años, sin embargo, con los años, esto poco a poco comenzó a ser papel mojado creando un malestar social entre castellanos y moriscos que acabaría por estallar en 1568 con la conocida como Guerra de las Alpujarras bajo Felipe II.
CARLOS V Y LA LEYENDA DEL SUSPIRO DEL MORO
También de aquella visita imperial de 1526, tenemos un testimonio especial del ya citado Fray Antonio de Guevara (1480-1545) quien hizo de cicerone al Emperador en su recorrido por la ciudad de la Alhambra.
Guevara recoge en sus “Epístolas familiares: Letra para Garci Sánchez de la Vega” la visita que hizo la comitiva imperial a un barrio morisco donde encontraron a antiguos musulmanes nazaríes que fueron súbditos del rey Boabdil.
Según Menéndez Pelayo, Guevara habría escrito estas composiciones hacia 1526, y en una de ellas un anciano morisco, testigo de la Caída de Granada, cuenta en primera persona al Emperador y a Guevara la Leyenda del Suspiro del Moro:
“Otro día después que se entregó la ciudad y el Alhambra al rey Fernando, luego se partió el rey Chiquito para tierras del Alpujarra, las cuales tierras quedaron en la capitulación que él las tuviese y por suyas las gozase. Iban con el rey Chiquito aquel día la Reina, su madre, delante, y toda la caballería de su corte detrás; y como llegasen a este lugar, a do tú y yo tenemos agora los pies, volvió el Rey atrás la cara para mirar la ciudad y el Alhambra, como a cosa que no esperaba ya más de ver, y mucho menos de recobrar. Acordándose, pues, el triste rey, y todo los que allí íbamos con él, de la aventura que nos había acontecido, y del famoso reino que habíamos perdido, tornándonos todos a llorar, y aun nuestras barbas todas canas a mesar, pidiendo a Alá misericordia, y aun a la muerte que nos quitase la vida. Como a la madre del Rey (que iba delante), dijesen que el Rey y los caballeros estaban todos parados, mirando y llorando el Alhambra y ciudad que habían perdido, dio un palo a la yegua en que iba , y dijo estas palabras: ´Justa cosa es que el Rey y los caballeros lloren como mujeres, pues no pelearon como caballeros´”.
Fray Antonio de Guevara pone en boca del Emperador Carlos V una respuesta de admiración en su misma epístola:
“Muy gran razón tuvo la madre del Rey en decir lo que dijo, y ninguna tuvo el Rey su hijo, en hacer lo que hizo; porque yo si fuera él, o si él fuera yo, antes tomara esta Alhambra por mi sepultura, que no vivir sin reino en el Alpujarra.”
No se sabe si esta historia fue invención del propio Guevara para impresionar al Emperador como cree el cronista granadino Leonardo Villena, pero siguiendo a Menéndez Pelayo si pudo ser cierta ya que Hernando del Pulgar antes que Guevara, sí recoge esta leyenda en sus crónicas de los Reyes Católicos.
Sin embargo, sí son ciertas las palabras que Carlos V pronunció al llegar a Granada y ver por vez primera la Alhambra tal como escribía el cronista Fray Prudencio de Sandoval en su “Historia del Emperador Carlos V”:
“¡Desdichado el que tal perdió!”
Palabras que aluden al desdichado Boabdil.
Mientras, allende el Estrecho de Gibraltar, en un palacio de estilo andalusí de Fez, el último rey musulmán de Granada, recordaba los días en los que la Alhambra era la perla de su viejo reino nazarí.
[ Texto de Mabel Villagra, Asesora histórica arabista de ‘Isabel’. ]
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
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BARCELÓ TORRES, Mª Carmen. Minorías islámicas en el País Valenciano: Historia y Dialecto.
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GALLEGO BURÍN, Antonio y GÁMIR SANDOVAL, Alfonso. Los moriscos del Reino de Granada según el sínodo de Guadix de 1554. Universidad de Granada, 1996 (facsímil de la edición de 1968).
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DOMINGUEZ ORTIZ, Antonio. Historia de los Moriscos. Vida y tragedia de una minoría. Ed. Revista de Occidente. Madrid, 1978.
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